12/07/2007

el liceo de chile


Liceo fue primero la escuela fundada por Aristóteles cercana al templo de Apolo Licio, y desde que Santo Tomás de Aquino dio en llamar "filósofo" al estagirita es que el modelo de educación desarrollado en esta escuela ateniense se ha impuesto en occidente. Claro que el liceo alcanzó su apogéo bajo la dirección de Teofrasto, sucesor de Aristóteles, llegando a los casi 2000 alumnos. Hoy un número menor para cualquier universidad pero entonces una cantidad exhuberante para cualquier escuela dedicada a la filosofía. El liceo funda una tradición empírica con énfasis científico (Teofrasto llegó a escribir un tratado sobre las piedras). Pero no olvidemos que lo más importante para los griegos era la filosofía. Y la ciencia era una parcela de ella que permitía a los atenienses conocer y aproximarse al mundo de modo de poder alcanzar rápidamente akmé o independencia ciudadana. El modelo funcionaba, los alumnos se podían dedicar muy bien al comercio, las artes, la filosofía. Hoy los liceos, al menos en chile, preparan para la universidad, no para la vida. Y parece que es en y gracias a la educación superior que se puede alcanzar akmé en nuestra sociedad. Aunque eso de la independencia es un tema más complicado.


Personalmente, cuando terminé los primeros años de educación básica por un asunto de tradición familiar, y fanatismo paterno, ingresé al instituto nacional, que por su nombre hace referencia al más antiguo centro de enseñanza estatal. Responde esta institución a los valores ciudadanos ideales de la república, patria o nación de la nueva extremadura, y por lo menos durante sus primeros 150 años de funcionamiento este "foco de luz de la nación" recibió a los más selectos estudiantes. Con casi 4000 alumnos cuando ingresé a sus aulas era un verdadero mundo nuevo. El primer día fue una experiencia de naufrago y descubridor, mar de cabezas uniformadas. Y los días transcurrieron entre cantidades infinitas de estudiantes, todos hombres-niños, compitiendo, frontalmente compitiendo por ser el mejor alumno. En ese tiempo, para ingresar en este principal liceo había que tener las mejores calificaciones posibles, muchos ingresaban con promedios perfectos, con nota 7 en todas las asignaturas. Y luego venía la debacle pues generalmente los promedios bajaban a 5 o menos. Nadie obtenía 7 con los profesores del nacional, al menos no el primer año, nunca en todas las materias. Y la depredación continuaba. La brillantes mentes eran sometidas a exámenes y mediciones para calibrarlas y condicionarlas de la mejor manera posible. Por los pasillos de este liceo habían transitado mi padre y mis tíos, luego habría de hacerlo mi hermano. Superado el trauma de la competencia y la impiedad de una nivelación brutal, si uno se relajaba, podía llegar a conocer grandes seres humanos entre profesores y alumnos. Me encontré con grandes jugadores de ajedrez, tremendos matemáticos, grandes deportistas, hijos de imigrantes que estudiaban y estudiaban sin cesar. Nunca antes había imaginado la variedad infinita de caracteres humanos. Entonces la pude vislumbrar a pequeña escala, una escala chilena muy representativa. En este liceo encontré maestros que encarnaban en su desarrollo y potencia la tradición de la ilustración y del liceo. Educadores orgullosos y preparados, algunos muy estrictos, otros increiblemente amorosos, y todos plenos de una autoridad y de una potencia que antes no había observado. Se dice que el sueño de un niño se convierte en el destino de un hombre, que el amor admirativo que se tiene hacia un padre se transforma en admiración e intención imitativa hacia los modelos de conducta que se presentan a lo largo del desarrollo de la vida. Pues bien, en observar a estas personas de autoridad clara nació en mi un deseo real, un ansia y un amor hacia el conocer, hacia la ilustración, hacia la sabiduría. Y también, gracias a la competencia justa y pareja, pues todos en el colegio eramos iguales pese a las diferencias de crianza, pasado o procedencia, nació en mi una comprensión en constante crecimiento de las potencias humanas, y una fe a toda prueba de que todos podemos progresar para ser mejores. Ahora se que es necesaria cada vez más integralidad, más amor y mayor comprensión. Si bien tengo mis reparos críticos frente a la educación obligatoria y compulsivamente competitiva, puedo apreciar y estar infinitamente agradecido de la jerarquía patriarcal ordenadora representada en esta institución noble, tan antigua y clásica. Puedo amar esos pasillos y esa fachada, y por este amor comprender la necesidad de su flexibilización y cambio hacia una perfectibilidad incluyente y omniabarcante.